domingo, 25 de abril de 2010
Jorge Ballario y La Humildad
Creación: ¿soberbia o humildad?
Jorge A. Ballario *
Psikeba. Psicoanalisis, filosofia, psicologia, arte, posmodernidad
Algunos sostienen que realizar una obra literaria, o artística, es un “acto de soberbia”; podría considerárselo así, siempre y cuando tengamos en cuenta que dicho acto, es en realidad una “abstracción”, dado que por regla general, los trabajos de largo aliento, como las obras señaladas, están compuesto de una sucesión de actos “concretos” que pueden oscilar entre ambos extremos de la polaridad: “humildad/ soberbia” y difícilmente alguien pueda permanecer durante todo su proceso creativo y laboral, en solo uno de los polos, hasta que finalmente culmine su obra. Sin alternancia no habría creación. Concretamente, en la generalidad de los casos, existen múltiples actos parciales, y algunos de los mismos se hallan atravesados por conflictos e inseguridades y otros, por soberbia.
Sin correcciones no hay aprendizajes, y para que exista una disposición a percibir los propios errores, debe existir al menos una breve posición humilde en algún momento. Al menos ese o esos mini-actos de humildad, cumplen con la función de posibilitar el aprendizaje. Por lo tanto, en condiciones razonablemente normales, si no hubiese actos de humildad, no existiría la posibilidad de la corrección y del aprendizaje, por ende el autor no lograría la excelencia en su obra, es decir, el “abstracto” acto de soberbia.
En una persona dada, la soberbia puede confundirse con la euforia, con el optimismo, o con la autoestima alta, pero en realidad, ese voraz apetitito por sobresalir o destacarse, está más vinculado al vacío interior, o a cuestiones defensivas del afectado.
Habría que ver qué es primero, si el huevo o la gallina, si es en el estado de humildad donde surge la inspiración que transmutará el ánimo hasta su opuesto, o si es en este polo soberbio en donde se activa la creatividad. Probablemente, es en el interjuego de ambos polos en donde se despliegan los mecanismos de la creación. Obviamente que no todo se puede reducir a la mencionada polaridad, sino que hay además múltiples variables involucradas en esos mecanismos, preferentemente de la personalidad y de la identidad del involucrado.
Orgullo, modestia y apariencia
El filósofo español Fernando Savater, nos dice que en la soberbia “no se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes. (…) Negar la humanidad de los demás, es también negar la humanidad de cada uno de nosotros, es negar nuestra propia humanidad. (…)
Siempre hay individuos dispuestos a una actitud servil, con quienes los soberbios encuentran un campo ideal para hacer todo tipo de desvalorizaciones del otro. En materia de autoestima y de búsqueda de la cima ante los demás, los soberbios siempre están a la cabeza. Pero sus caídas suelen transformarse en tragedias que no pueden superar en sus vidas. (…)
Pero, ¿cómo evitar caer en la soberbia? El remedio es muy simple, pero a veces duro de asumir: ser realista. También es cierto, que en el otro extremo el exceso de humildad te pone por debajo del realismo. Por lo tanto, el extremo desordenado de la humildad —la humillación— es tan malo como el de la soberbia. En definitiva la soberbia es debilidad y la humildad es fuerza. Porque al humilde le apoya todo el mundo, mientras que el soberbio está completamente solo, desfondado por su nada. Puede ser inteligente, pero no sabio.”[1]
Soberbios potenciales, tal vez somos casi todos, aunque la verdadera cuestión pasa más por mostrar o no esa fachada, esa máscara; no nos olvidemos que persona, etimológicamente, proviene de máscara, y que en el repertorio actoral básico de todos nosotros existen ambas opciones: mostrar u ocultar. Desde una perspectiva social el análisis es simple: tanto el soberbio como el humilde son quienes se muestran así. Esto que si bien podría dar, en la conducta humana, idea de hipocresía o de pura apariencia, en realidad es mucho más genuino de lo que aparenta ser. Hay algo auténtico, esencial y estructural en cada uno de nosotros que determina la predominancia –a veces relativa a ciertos ámbitos– de ocultar o mostrar determinados aspectos. Por lo tanto, poseemos una constitución histórica, significativa y dinámica, que configuró, pero que a la vez constantemente modela, nuestra personalidad e identidad, condicionando nuestras elecciones actuales. Entonces, el sentido común no se equivoca tanto al no tildar de soberbio a quien oculta o hasta disimula esa fachada, dado que –tal como vimos–, si un sujeto no se muestra habitualmente así, no lo es tanto. En síntesis, cuando a alguien se lo rotula como soberbio, generalmente se hace alusión a ese aspecto visible y por ende condenable que manifiesta. Aunque, el mero hecho de no mostrarlo no lo transforma automáticamente en humilde.
Me parece que un interesante ejemplo para ilustrar lo relatado, lo constituye el Papa (o los Papas), dado que por lo general son percibidos como personas humildes, pero al mismo tiempo podemos inferir que es casi imposible que alguien sin ambiciones personales, sin algo de soberbia, llegue a ocupar semejante puesto, convirtiéndose en el jefe supremo de la Iglesia católica, padre espiritual de todos sus fieles, y vicario de Cristo. Existe una paradoja tremenda aquí. Por un lado los candidatos tienen que ser personas ambiciosas, y además poseer un ferviente deseo en ese sentido, de lo contrario no podrán llegar nunca a la cúspide; sin embargo, no podemos dejar de considerar el voto de humildad que realizan. Para resolver el dilema podríamos conjeturar dos tiempos; el primero, antes de la nominación, en donde deben ser más competitivos, aunque siempre cuidando razonablemente las formas; y el segundo, posterior al nombramiento, en el cuál se relajan y ponen de manifiesto la “modestia” propia del cargo, dado que esta es una virtud que modera, templa y regla las acciones externas, conteniendo al hombre en los límites de su estado y conforme a sus conveniencias, reservándole sus características más enérgicas para las ocasiones privadas o públicas que así lo requieran.
Carencias y delirios
Las diversas tareas del hombre, forman parte de la labor humana, por eso dicen los estoicos: “Cuando te levantes cada día no pienses si vas a ser emperador, piensa: hoy debo cumplir bien mi tarea de hombre".
En la soberbia solemos hallar una cuestión defensiva, algo así como un “delirio de autorrealización”, que puede ser coherente y hasta brillante, y que suele estar acompañado por un intento de destrucción verbal de todo lo que amenace opacarlo. Esta fantasía discursiva es opuesta al “delirio de insignificancia” propio de la melancolía o la depresión. Todo delirio es siempre internamente defensivo o gozoso, más allá de la eventual objetividad externa de sus enunciados.
“Dime de que te jactas y te diré de que careces” reza un conocido refrán. Las críticas destructivas de un soberbio, serían equivalentes –en su inconsciente– a elogios dirigidos hacia esas cuestiones valoradas o deseadas, pero reprimidas. La soberbia, aunque sea una actitud, no deja de estar atravesada lingüísticamente. Una persona soberbia difícilmente admita no saber algo, y sabemos que si alguien no dice cada tanto “no se” es estadísticamente sospechoso”. El soberbio, al igual que el delirante, creen tener la certeza, pero en realidad poseen algo parecido a las demás personas: “una caricatura de lo real”, llamada realidad subjetiva, aunque eso sí, elevada de categoría, endiosada, y por tal motivo irrenunciable. El soberbio –si bien no necesariamente de manera conciente– a su delirio suele hacerlo pasar por la verdad, debido en primer lugar a su grado de convicción y firmeza en el relato, y en segundo, a la relatividad de la verdad. Sabemos que existe una especie de margen, en donde algo puede ser verdad o no, conforme a ciertos criterios, a su valor metafórico o al contexto, entre otros ítems.
Se podrían pensar al menos tres posibles consecuencias para el delirante: si su delirio es coherente y lo sabe instrumentar, podría concretar algún proyecto u objetivo; si su delirio es utópico le puede acarrear frustración; y si el mismo es peligroso puede impulsarlo a exponerse a severos riesgos.
Pensamiento sabio
Con la soberbia y la humildad pasa algo parecido a lo que ocurre con la ambivalencia de los sentimientos: amor / odio, aunque se los considera pertenecientes a distintas categorías, a la vez, se hallan en la misma senda, ubicándose en cada uno de sus respectivos extremos, la máxima intensidad de dichos afectos; por eso en determinadas circunstancias, y en ambas polaridades (amor–odio y humildad–soberbia), se puede pasar de una categoría a otra, de manera relativamente simple, pero involuntaria. Tomando un sujeto particular, podríamos decir –con fines ilustrativos– que en la medida que disminuya la intensidad de su soberbia, más allá de un teórico punto de inflexión (neutral), y de persistir la dirección del movimiento, la misma devendría progresivamente, en humildad.
Tal vez la soberbia es más antagonista de la sabiduría, que de la propia humildad, dado que al cerrarse el pensamiento en el delirio soberbio, no le da lugar al pensamiento sabio. Probablemente, es por esta razón que clásicamente se lo ubica más a éste, del lado de la humildad, o más precisamente de la modestia, por el hecho de que el sabio es en esencia alguien que alcanza a vislumbrar la pequeñez humana, frente a la vastedad del saber potencial, y es precisamente en este punto, donde se halla en las antípodas el soberbio. Además, potencialmente, las inseguridades conllevan el germen de la excelencia, dado que posibilitan relativizar la verdad, no sintiéndose dueño de la misma, sino, más bien alguien que trabaja en su búsqueda. Por lo tanto, el soberbio es alguien que altera su realidad, amén de que a su vez, su propia soberbia, al hacerlo sentir tan satisfecho consigo mismo, no le permite obtener lo propio de una posición más insegura, o de mayor carencia, aunque esta última posición, si es crónica también es mala, y no permite al afectado sentirse idóneo, ni con ganas, ni con la dignidad necesaria para los logros personales.
Entonces, y de cara a los fines creativos, cierta alternancia del sujeto entre la modestia y la soberbia es buena. Lo malo es vivenciar el extremo de la posición que se ocupa, o la inestabilidad emocional generada por los continuos cambios, o la perpetuación en uno de los polos.
Jorge Ballario
Psicólogo.
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