Cuenta un viejo relato japonés, que en cierta ocasión un belicoso samurái desafió a un anciano maestro zen a que le explicara los conceptos de cielo e infierno. Pero el monje replicó con desprecio: ¡No eres más que un patán y no puedo malgastar mí tiempo con tus tonterías! El samurái, herido en su honor, montó en cólera y, desenvainando la espada, exclamó: Tu impertinencia te costará la vida. ¡Eso –replicó entonces el maestro– es el infierno! Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba atenazando, el samurái se calmó, envainó la espada y se postró ante él, agradecido. ¡Y eso –concluyó entonces el maestro–, eso es el cielo!»1. La violencia es la pócima que envenena al amor.
La aventura del amor tiene que ver sobre todo con el cielo, y el desamor con el infierno, ya que la necesidad primaria de la ciudadanía, varón y la mujer, es amar y ser amados. Lo que salva en todo caso de la aflicción y de la desgracia es la posibilidad del conocimiento del amor verdadero.
La ciudanía, en diversos coloquios, demanda que se escriba acerca de estos conceptos, acerca de la estrategia y la táctica educativa de cómo han de moverse en la escena de la vida los protagonistas del amor, es decir, los ciudadanos y ciudadanas de cualquier latitud y tiempo, particularmente en este desierto amoroso de la sociedad competitiva del Conocimiento y la información. La pedagogía del amor y el deseo trata de orientar en el modo y manera que nos permita conducirnos para alcanzar la fuente deseada del amor. La ciudadanía sebe, intuye, con el tiempo experimenta, que el grado de felicidad que alcanza es correlativo con el amor.
La estrategia y la táctica de la aventura del amor implican un conocimiento, un aprendizaje previo acerca de la naturaleza del amor. La ciudadanía tiene que aprender el contenido esencial y el papel personal que ha de representar en el escenario de la sociedad actual, para lo cual ha de sabérselo bien, y repasar el texto de vez en cuando, hasta lograr el dominio de lo aprendido, antes de salir a la representación en la vida misma, y si no ha sido así posible, hacerlo ahora, a fin de poder obtener el mayor grado posible de ese néctar dulce que es el amor.
Si además somos padres o profesores hemos de hacer dicho esfuerzo de aprendizaje de forma sistemática, intensiva, para poner, cada día, en positivo la aventura del amor. Evidentemente nadie da lo que no tiene, y menos en el amor, por lo que no faltaba razón a quien dijo: que educar en el amor a los hijos comenzaba veinte años de que estos nacieran.
La aventura del amor que es irrenunciable, hoy se ha de vivir en el escenario de la Sociedad del conocimiento, un escenario erotizado en gran parte, que ha reducido el amor, como consecuencia del inmanentismo moderno, al submundo, en muchos casos de la prostitución. Y, sin embargo, el deseo reducido a lo genital no es amor. El deseo huérfano del amor lleva a la ciudadanía a la adición, a la ansiedad, que exige una tensión de placer mayor, a la angustia vital del desamor.
Poner el valor del amor en la cancha de lo verdadero hoy, plantea a las familias, a cada uno de los padres, el diseñar un aprendizaje atractivo, sin intemperancia, ni discusión, ni malhumor, y además, eso sí, con presiones nítidas, claras, sin matices donde no los haya, y con la precisión del cirujano, en este caso de la palabra, es decir, entrando a fondo sin dudas ni titubeos.
La finalidad de este texto es de motivación, de ayuda oportuna para que la familia pueda «representar el papel y función de formadora sin fanatismo ni errores», aventura que además ha de saber contextualizarla, en esta sociedad, que aun con sus carencias es la mejor de las posibles, porque es la que nos ha tocado vivir.
El arte y la ciencia es para agnósticos un regalo del azar y la necesidad, y para los que razonablemente creen un regalo de Dios. La aventura del amor es ciencia y arte, y su representación ha de ser natural, sin artificios técnicos, quizás por eso, me pida que traduzcamos a un lenguaje lo más sencillo posible qué sea el estatuto epistemológico del amor, y que se ejemplifique de forma sistemática, cuando sea posible, con objeto de acercar el lenguaje, a veces algo filosófico, y la palabra al vocabulario que sea el usual de los ciudadanos, para que sea haga posible la comprensión del texto que afirme: que todo ser humano, hombre o mujer, desea amar y ser amado. Todo ello, claro está, sin rebajar el nivel del contenido necesario, y sin violencia alguna que es la fuente negra del desamor.
Una primera conclusión podemos establecer hoy: el reto de Europa no es principalmente como afirma Bolonia, la competividad en la ciencia, la cultura y la tecnología, sino la formación para la aventura del amor.
He invitado a imaginar, por esta razón, el gran Teatro del mundo donde se representa diariamente el amor o el desamor, no para competir en realidad con autores literarios, ni con los personajes que ya son leyenda, expuestos en la literatura universal, sino para leerlos y aprender con ellos, no por ser quienes son, sino por la realidad o veracidad de lo que dicen acerca del amor. Seguiremos hablando, si ustedes lo desean, próximamente del estatuto del amor.
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