Si la tortura se hace con barretina, y de la mano de la cuatribarrada, entonces podemos atar sogas a las astas del pobre animal, podemos tirarlos al mar en una primitiva carrera, podemos ponerles artefactos con fuego, para que enloquezca de miedo.
Siento una honda vergüenza, un hastío, una sensación de tomadura de pelo cósmica, como si pensaran que, al otro lado del Parlamento, todos somos tontos. La sesión que vivió el Parlament el pasado jueves, donde ICV fue el único partido que mantuvo la dignidad, fue una más de esas sesiones de doble moral política que muestran, con nitidez, las vergüenzas de sus señorías. Se traía a debate una proposición de CiU para blindar los correbous de las Terres de l'Ebre de cualquier protección posterior, no vaya a ser que la ILP contra las corridas de toros los tocaran de lleno. Y la Cámara aceptó la proposición del alcalde convergente de l´Ampolla, aguerrido defensor de los correbous, y donde dijo digo a las corridas, ahora quiere decir Diego a la fórmula catalana de la misma atrocidad. Es decir, al final van a tener razón los taurinos cuando aseguran que una parte de la población catalana no está contra este sangrante espectáculo de muerte por su crueldad, sino por su carácter eminentemente español. Lo cual va en contra de todos aquellos que hemos luchado denodadamente contra una sociedad que convierte la tortura y muerte de un animal en un espectáculo público, y cuya lucha no deriva de ningún posicionamiento ideológico, sino del respeto a los animales.
Es decir, nos importa poquísimo si el torero habla con acento de Osona, si en Olot tienen una plaza antigua o si la deriva salvaje de los catalanes es equiparable (que lo es) a la de cualquier otro pueblo. Lo que nos importa es luchar por una sociedad más presentable, más respetuosa con la vida y más digna. Sin embargo, en el Parlament no enviaron este mensaje. El mensaje que envió el Parlament, de la mano de cada uno de los que hablaron en él –con excepción del diputado de Iniciativa Daniel Pi, el único serio del debate–, fue que si la tortura se hace con barretina, y de la mano de la cuatribarrada, entonces podemos atar sogas a las astas del pobre animal, podemos tirarlos al mar en una primitiva carrera, podemos ponerles artefactos con fuego, para que enloquezca de miedo, y todo, por supuesto, amparado con un código de "buenas prácticas", que es el paradigma del cinismo político. Es decir, vamos a estresarlo, quemarlo, tirarlo, asustarlo, estirarle los cuernos, a chillarle, pero todo con buena praxis. Es que los catalanes, cuando nos ponemos a torturar animales, no somos como los brutos españoles. Nosotros torturamos con estilo.
Así pues, todos tranquilos. Un día de estos el Parlament votará contra las corridas de toros, y probablemente las prohibirá. Será un éxito de la bondad de una sociedad. Pero, mientras tanto, ha blindado su trocito de maldad patriótica, no vaya a ser que Catalunya quede exenta de barbarie. Artur Mas puede estar contento. En la Casa Gran del Catalanisme, ciertamente, cabe de todo, incluso caben los amantes de la tortura
Pilar Rahola
La Vanguardia, Barcelona, 13/02/2010
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