“No te dejes matar por lo que dice tu cerebro”, le dije. “Si no defendiera mis convicciones, sería un cobarde”, me replicó con rostro sombrío.
“Lo que te estoy sugiriendo es que la percepción de cobarde puede no coincidir con la realidad, de la misma manera que la palabra gato no tiene, necesariamente, ni el color ni la forma del animal que representa”, añadí.
Un vecino de asiento en el AVE en el trayecto Madrid-Barcelona estaba intentando convencerme de que iba a enfrentarse con quien hiciera falta para defender sus convicciones por alguien ultrajadas y sostenía que estaba dispuesto a todo. Yo intentaba transmitirle, sin éxito, algo que aprendí hace más de una década en el despacho de uno de los mayores neuropsicólogos del mundo, Richard Gregory, en la ciudad de Bristol (Gran Bretaña).
Estamos convencidos de que la percepción que tenemos del mundo exterior es la correcta. Creemos a pies juntillas lo que estamos viendo. La verdad es que no hay nada más incierto.
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