Mi boca con un ósculo travieso
buscó a tus golondrinas, traicioneras,
y sentí tus pestañas prisioneras
palpitando en las combas de mi beso.
Me libró la materia de su peso...
pasó por mí un fulgor de primaveras
y el alma anestesiada de quimeras
conoció la fruición del embeleso.
Fue un momento de paz tan exquisito
que yo sorbí la luz del infinito
y me asaltó el deseo de llorar.
¿Te acuerdas que la tarde se moría
y mientras susurrabas: "¡Mía! ¡Mía!"
como un niño me puse a sollozar?....
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