sábado, 23 de octubre de 2010
Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos nuestro deudores
“…Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…”
Creo que no hay un solo cristiano que no conozca El Padre nuestro que Jesús nos enseñó como modelo para orarle al Padre, oración en la que le pedimos que “…perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” y yo me pregunto si realmente tenemos conciencia de lo que estamos pidiendo, ¿estamos realmente reconociendo que nuestra necesidad de ser perdonados está directamente relacionada con nuestra capacidad de perdonar?
Dar y recibir. Para algunos es fácil recibir pero les cuesta dar por egoísmo, a otros les resulta fácil dar pero por orgullo les resulta difícil recibir y hay quienes les resulta difícil dar y recibir y sea cual sea la razón, todos estamos necesitados de recibir y dar perdón. Cuando con humildad, reconocemos que somos pecadores y que necesitamos inminentemente del perdón de Dios y damos el paso de fe creyendo y aceptando que solamente a través de Jesucristo tendremos remisión de pecados, entonces seremos libres, libres para amar y libres para perdonar.
Juan 8:36 “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”
Cuando reconocemos que tenemos necesidad de compasión y misericordia por nuestras faltas y ofensas y recibimos el amor de Dios, es entonces cuando conocemos la profundidad del significado del perdón y nos preguntamos ¿qué derecho tengo yo para no perdonar al que me ha ofendido? ¿Qué me diferencia de los demás? ¿Acaso no he herido y lastimado yo también a los que me rodean? En la parábola del siervo malvado de Mateo 18:23 al 35, Jesús nos enseña que debemos tratar a los demás con la misma misericordia que El nos ha tratado. En Efesios 4:31 y 32 dice que nos quitemos toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia que seamos benignos unos con otros, misericordiosos perdonándonos unos a otros como Dios nos perdonó a nosotros en Cristo.
Mientras permitamos que emociones como el odio, o el enojo nos dominen, o el rencor y la amargura cos corroan el alma, estaremos privados de la verdadera libertad y nuestra comunión con Dios estará debilitada, pero si por el contrario en lugar de seguir asumiendo el papel de víctimas o justificando nuestras actitudes, nos postramos con humildad delante de Dios, le pedimos misericordia y perdón y que nos de fuerzas, amor y misericordia para perdonar a quienes me han ofendido; entonces, todas esas cadenas de culpa, amargura, rencor y odio se romperán y seremos verdaderamente libres.
Cuando me siento ofendida o lastimada por alguien, yo sé que lo que Dios espera de mí es que perdone, y también sé, que soy yo quien toma la decisión de perdonar y desde hace mucho tiempo he adquirido el hábito de perdonar a diario (“hasta setenta veces siete” me recuerdo a mi misma), apropiándome de lo que dice Efesios 4:26 y 27 “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”. Yo sé que sola no puedo y que necesito que Dios me impregne de su amor, misericordia y espíritu de perdón para poder lograrlo, pues definitivamente no me interesa guardar ni por una noche ningún enojo que con el tiempo se convierta en rencor y luego en amargura, ni mucho menos me interesa abrirle ninguna puerta al diablo a través de ningún enojo y perder la preciosa libertad que me ha dado el poder perdonar y ser perdonada.
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