El libro “¿Por qué hay personas inteligentes que cometen estupideces?”, de Mortimer Feinberg y John J. Tarrant, incluye algunas. Tomamos dos.
Un veterano ejecutivo de cuenta arruina una gran promoción al insistir en obtener un privilegio que no necesita ni siquiera desea. AI recibir un nombramiento que puede promover o arruinar su carrera, una analista financiera selecciona a los integrantes de un equipo, pero deja fuera a personas talentosas que podrían ayudarla, formando un equipo ineficiente que le hace fracasar.
El libro añade que esas personas tenían algo en común. Eran demasiado inteligentes como para haber cometido la estupidez que tanto daño les causó. De todos modos la hicieron, como también hicieron las suyas Douglas Mc Arthur, Richard Nixon, Margaret Thatcher, John Scully y otros muchos individuos competentes que, en situaciones críticas, dejaron de lado el sentido común y actuaron como tontos, con lo cual se infligieron graves daños a ellos mismos.
Se dan a conocer, a renglón seguido, los cuatro pilares de la estupidez, que según el libro son la soberbia, la arrogancia, el narcisismo y el deseo inconsciente de fracasar. Los autores dan numerosos ejemplos de gente inteligente que, por soberbia, arrogancia, narcisismo y deseo inconsciente de fracasar ha cometido enormes estupideces.
Tomemos uno solo de los cuatro pilares sobre los que suele descansar la personalidad de muchos de quienes los norteamericanos llaman hacedores de decisiones.
El libro dice: "La soberbia que conduce a una arrogancia excesiva puede llevar a un individuo a cometer actos disparatados y destructivos. La arrogancia puede acabar con una carrera”.
Gordon J. Curphy, de Personnel Decisions Inc. de Minneapolis, dice que muchos gerentes trabajadores, brillantes, ambiciosos y técnicamente competentes, fracasan porque son vistos como arrogantes, vengativos, poco confiables, egoístas, compulsivos, dominantes, insensibles, distantes, demasiado ambiciosos e incapaces de delegar. Por tanto, aunque el soberbio evite el repentino desastre, puede estar acumulando gradualmente una reputación de arrogancia que al final le lleve a la ruina.
Para Feinberg y Tarrant es justificable que uno esté orgulloso de sus logros. Pero el orgullo tiende a la soberbia y ésta lo lanza a uno a los confines de las fantasías peligrosas. La soberbia es la compañera oscura de la brillantez personal.
Cuando las personas no tienen mucho de que enorgullecerse, observa Stanislas Lazaras (estudioso del estrés y la emoción), tienden a identificarse con un grupo famoso, ya sea religioso (una secta, por ejemplo), deportivo, étnico o nacional.
A veces se produce una mezcla de ingenuidad y arrogancia que en principio parecería imposible, pues una y otra son tan incompatibles como el agua y el aceite. Pero se da. Y equivale a un cóctel Molotov que a veces le estalla a uno en las manos. Lo malo es que el estallido suele alcanzar a muchos que, sin comerlo ni beberlo, pagan los vidrios rotos.
Hay casos de profesionales con una prolongada trayectoria que un día aciago, pese a su experiencia en administración de grupos y relaciones humanas y públicas, recomiendan a su empresa a un "bright boy", o muchacho brillante que luego resulta ser un vivillo bueno para nada.
Otras personas que ocupan cargos importantes se enemistan con sus homólogos y subordinados por tomar decisiones poco meditadas en virtud de las cuales sus émulos y empleados resultan decepcionados, cuando no dañados. La influencia de ciertos... "consejeros" puede ser nefasta en muchas ocasiones. Porque a estos picaros, por lo general, sólo les interesa hacer su negocio a costa de los demás.
Transcribimos al pie de la letra el final de “¿Por qué hay personas inteligentes que hacen estupideces?”: "En ciertas oportunidades las personas inteligentes cometen estupideces porque son traicionadas por su intelecto. Sea bondadoso con su inteligencia. Manténgala en forma y podrá confiar en ella, porque hará lo que usted necesite sin tenderle ninguna trampa. Cuando lo logre, ¡encontrará que ser inteligente no tiene ninguna desventaja!".
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