miércoles, 30 de junio de 2010
El Cerebro nos Engaña de Francisco J.Rubia
El cerebro nos engaña, dice el profesor Francisco J. Rubia, por ser una máquina de confabulaciones y fantasías, generadora de música, arte, mitos, religión y creatividad, actividades ligadas al sistema emocional. La hipótesis principal de su libro es que la mitología es un reflejo del desarrollo de la mente humana y, por tanto, de las estructuras cerebrales que la sustentan. La mente, como fruto de la actividad cerebral es producto de la evolución y si se adapta al entorno, asegurándose así su pervivencia, no es en él únicamente donde el hombre adquiere lo que mentalmente es sino que ya al nacer posee facultades heredadas que irá desenvolviendo a medida que encuentre el ambiente propicio; de ahí la importancia de la cultura.
La evolución del “Homo erectus” al “Homo sapiens” tuvo como suceso más relevante el surgimiento del lenguaje. Sigue sin estar claro -dice el autor- por qué el salto del chimpancé al hombre tuvo tan importantes consecuencias con el desarrollo de las funciones cognitivas, cuando otros saltos del tamaño cerebral no habían supuesto tales ventajas. No sólo crece el cerebro sino que alcanza el mayor nivel la lacterización de sus funciones: el hemisferio izquierdo, que es el dominante, se especializa en la comunicación con el mundo exterior, el desarrollo del lenguaje y el pensamiento lógico-analítico, mientras que el derecho tiende a la representación interna del mundo externo, las funciones visuo-espaciales y experiencias místicas y religiosas. Los mitos parten probablemente de estructuras cerebrales del hemisferio derecho pero utilizan el lenguaje para su expresión.
La aparición del lenguaje, y de la consiguiente autoconsciencia, va acompañada de una visión dualista: el yo se postula como algo que se enfrenta al mundo y es diferente de él, cuando es más una creación de la propia mente que discurre a lo largo de la historia; ese antagonismo entre el yo y el mundo, el mito y la realidad, emoción y pensamiento, mundo consciente e incosciente, parece más fruto reciente, y desde luego no innato, de la cultura occidental. La consciencia humana estuvo durante una época dorada en perfecta unidad con lo transcendente, sin dualismo ni contradicción. Es al abandonar el período paradisíaco, esa forma de pensar holística o global, de unidad con la naturaleza o con la divinida, cuando se entra en otra forma de pensamiento, dualista y analística, se Ifica, se aleja de aquel paraíso, del que queda sólo la nostalgia, y la búsqueda de Dios es la vuelta a la consciencia numinosa que se ha perdido. Este paso es, para el autor, fruto del propio desarrollo del cerebro. Ambos pensamientos, místico y lógico, son dos formas con sustratos distintos y, pese a todos los cambios habidos, perduran en el hombre moderno, lo mismo que las estructuras cerebrales que los sustentan: de lo contrario tendríamos que arrojar la poesía, la música, la creatividad científica y artística, que tienen como fundamento la mitología, lo que está más allá de las contradicciones propias del pensamiento racional.
No he hecho aquí más que espigar, seguramente sin tino, algunas de las cuestiones que más me han llamado la atención de las contenidas en el libro. Pero en él hay más que lo que esta pequeña linea argumental ha trazado; y, desde luego, mucho más de lo que el título sugiere y que a ami también me ha engañado un poco. porque antes había leído Fantasmas en el cerebro, a cuyo autor cita Rubia y hasta incluye un capítulo casi con el mismo título. Pensé por ello que iban a tratar temas parejos pero no es del todo así: el libro de Ramachandran toca sólo una pqeueña parte del otro. se refiere a situaciones producidas en general por lesiones o modificaciones del mapa cerebral, como la de seguir notando una mano amputada, ambarazos fantasmas, negación de hechos palpables, autoengaños como creer que se mueve un brazo paralizado o que pertenece a otra persona, doble o múltiple personalidad, etc. El autor describe cómo a veces ha resuelto satisfactoriamente esas anomalías y aun llegado a la curación de algunos enfermos con medios muy elementales. ya se comprende que su contenido es más bien empírico, aunque muy interesante y sugestivo, mientras que el del doctor Rubia alcanza más altos vuelos. Digamos, en fin, que ambos textos están claramente escritos y explicados y guardan ese delicado equilibrio que los científicos profesionales tienen que mantener en sus obras de divulgación para que, evitando una simplificación excesiva que pueda ofender a los expertos, sean inteligibles para el lector corriente, como el que acaba de escribir estas líneas.
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